12 Feb
12Feb

Hay ciertos momentos en el año que son esperados por la comunidad publicitaria como un niño espera la Navidad. Uno es obviamente el festival de Cannes, del que ya hemos hablado alguna vez en esta sección. Y otra, desde hace ya muchos años, ha sido siempre la SuperBowl. Una especie de homenaje mastodóntico al entretenimiento masivo que poco a poco fue cautivando a los espectadores y que consiguió instalar la idea de que la publicidad creativa y el sentido del humor pueden conseguir que nadie cambie de canal durante los cortes.

Este evento ha dejado para la historia de la publicidad televisiva grandes momentos, y muchos correlacionados con grandes premios en los mejores festivales. Pero eso parece que está cambiando.


La edición de este año de la SuperBowl nos ha dejado a todos un sabor amargo que no esperábamos para nada. Las grandes marcas, las grandes producciones, las grandes ideas.... todo parece haberse desvanecido como cuando encienden la luz del dormitorio mientras estabas soñando.

Mucho se ha hablado acerca de esta edición, y poca cosa se ha salvado de la quema. Es cierto que a ojos del espectador medio probablemente el impacto haya sido menor; por mucho que nos empeñemos, no somos más relevantes que unas cuantas cervezas mientras se comenta el último cuarto de partido. Pero en el sector publicitario esta ediciónpuede llegar a tener una lectura con algo más de calado. Incluso un poco premonitoria.


Puede que el medio televisión siga teniendo fuerza e influencia entre los consumidores, eso no lo pongo en duda. Pero también puede que hayamos dejado atrás la mejor época de este medio, desde el punto de vista de la creatividad publicitaria. Está pasando con todo: el cine se versiona a sí mismo, las series empiezan a encontrar estructuras y patrones menos innovadores, la música busca referencias constantemente en los orígenes, la moda vuelve cada ciertos años, convirtiéndose en un constante déja vú... La "publicidad moderna" cumple 70 años y empieza a vivir de chistes manidos, de recursos que ya no sorprenden. Cuesta mucho más encontrar pequeñas joyas. Joyas de esas que brillan, que iluminan al mundo entero. Que iluminan estadios de fútbol americano a rebosar de gente.