16 Apr
16Apr

He practicado espeleología durante unos cuantos años. Es una actividad a caballo entre el deporte y la exploración geográfica que, cuando consigues saltar la barrera del miedo a lo desconocido, resluta apasionante. Dentro de la espeleología hay la variante subacuática, el espeleobuceo, que es una actividad de máximo riesgo, al no contar con vías de escape en caso de emergencia. Por eso se toman todas las precauciones habidas y por haber, entre ellas una que norma fundamental, que es dividir la capacidad de aire que llevamos encima en tres partes: una para ir, otra para volver y otra más de seguridad. Esa norma es la que nunca se debe saltar, entre otras razones porque hay un momento que se conoce como el punto de no retorno. El momento en el que ya no te queda suficiente aire para volver.

Estamos en una época en la que todos los indicadores nos muestran un punto de no retorno en el mundo de la publicidad. Ese tercio de aire que debíamos guardar ya desapareció y eso ha provocado una asfixia agónica. El último estudio de Kantar nos muestra cómo la credibilidad de la Publicidad está bajo mínimos históricos. Por debajo incluso de la de los altavoces inteligentes.


Ipsos por su parte, nos desvela que también a nivel mundial los publicistas estamos defenestrados a competir con los políticos por las peores posiciones.


Algo que, en realidad, ya aparece en estudios de hace casi 10 años, en los que los vendedores de coches todavía tenían cierta relevancia y nos empataban. Ellos ya no están. La tecnología se ha encargado de reemplazarlos.

Esta situación de desgaste continuado ha provocado que esta creencia haya pasado a formar parte de la cultura. Esto ya es así. Los publicistas mienten. Por eso hablo de punto de no retorno. Ya es prácticamente imposible que la percepción de la sociedad consiga mejorar significativamente, porque hemos gastado ese tercio de aire de seguridad que nunca debimos utilizar. Somos los publicistas los que somos señalados con el dedo como profesión. No son las marcas las que reciben el correctivo en este caso, aunque tampoco ellas se salvan de la desconfianza, como nos cuenta la última edición del Meaningful Brands de Havas.

En un momento en el que el consumidor ya es experto en detectar milongas hay que comprender nuestra relación con ellos desde una perspectiva mucho más centrada en la vida de la gente y no tanto en el objetivo de la venta. Dejar a un lado el vendedor que llevamos dentro y dar más peso al psicólogo. Primero para visualizar el impacto negativo que estamos construyendo cada día. Segundo para utilizar ese conocimiento para hacer un ejercicio de introspección profundo y sincero. Y tercero para analizar cómo podemos recuperar la credibilidad y la relevancia. Porque sigue siendo clave en la relación entre las marcas y los consumidores. Y lo seguirá siendo mientras haya un sistema económico basado en el intercambio de bienes o servicios en un entorno libre y competitivo.