03 Dec
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Cualquier proceso creativo se ha vinculado siempre a la transgresión. Ser relevante pasa por romper con algo, ya sea a través de lo que decimos o del cómo lo hacemos, y en este sentido, la publicidad ha adoptado desde los inicios de su propia historia esta función de ir un poco más allá. Si a esto le unimos el componente humorístico, podemos comprender mejor el éxito de muchísimas campañas publicitarias como ésta o ésta.

Entendiendo el humor en todos sus matices, desde la ironía hasta lo soez, en función del momento y del target que tengamos delante. Pero también entendiendo el humor como un vehículo en sí mismo para acercar marcas y consumidores.

Todo (o al menos casi) se puede contar con humor, y todo (o casi) entra de forma más amable cuando se trata desde este punto de vista. No es casualidad que los buenos monologuistas encuentren insights reales de los que reírse. Los exageran, los simplicifan, los retuercen... saben encontrar la parte graciosa de casi cualquier cosa. Y eso crea empatía.

Tal como nos cuenta Richard Foster, en un libro tan importante como "The Act of Creation" no es de extrañar que Arthur Koestler le dedique una tercera parte a hablar de la relación entre creatividad y arte, una tercera parte también a la relación entre creatividad y ciencia y otra tercera parte íntegramente al humor.

A lo mejor, y en los tiempos que corren, ésta es una de las pocas cosas que el mundo de la publicidad todavía puede proponer a la sociedad como valor: tomárselo todo con menos seriedad. La vida son cuatro días, y tres nos los pasamos viendo anuncios.