19 Sep
19Sep

Imagina que una empresa como Glovo, con más de 10.000 restaurantes y 1,5M de clientes en cartera, un día toma consciencia del poder de los datos que gestiona. Imagina que alguien en una reunión de dirección propone no sólo ofrecer servicios de asesoría a los restaurantes que se unen a ellos, sino empaquetar esos datos y crear Glovo Analytics, un servicio para emprendedores que asesora hasta el milímetro a los que quieren abrir un nuevo restaurante: zona más eficiente, tipología de comida, rango de precios, horarios... Nace de repente una nueva fuente de ingresos gracias a los datos que ya existen.

Seguid imaginando conmigo cómo en esta reunión, en las oficinas de la compañía, alguien suelta que, a lo mejor, con todos estos datos, podrían abrir ellos mismos sus propios restaurantes. ¿Por qué regalar este suculento pastel a alguien externo a la compañía? El debate se encendería, porque esta idea implica claramente un esfuerzo por parte de la empresa: convertirse en gestores de restaurantes no es fácil. A no ser (continúa la reunión) “que deleguemos en formato franquicia a expertos en restauración la gestión de los mismos. Así volveríamos a la idea inicial de Glovo Analytics con un añadido más.” La euforia ya se dibuja en las caras de los presentes. Desde el fondo de la sala el más joven propone otra vuelta de tuerca: “si sabemos qué zonas de la ciudad son las más eficientes para abrir un restaurante... compremos locales en esas zonas y alquilémoslos a estos emprendedores que quieren abrirlos.” Entonces las conversaciones se multiplican, aparece el caso McDonald’s, que ya lo hizo hace 50 años, que todo está inventado, hay risas, ya se habla incluso de cifras, se oyen cosas como “cocinas Glovo multi-restaurante”, “crecimiento exponencial”, se habla de la próxima reunión con los inversores...


En ese momento, en el que todo vale y todo hay que aterrizarlo, alguien en la sala propone algo que devuelve el silencio a la reunión: “revertir los beneficios de esta nueva línea de negocio en un sueldo base de 200€ al mes para los repartidores.”


El silencio, incómodo, se rompe con el tímido comentario de alguien que recuerda los inicios de la empresa, en los que había una serie de valores que movían a los que la fundaron. Otro miembro de la mesa hace notar el impacto positivo que tendría en términos de reputación y de poder mediático. Otro habla de cómo les distanciaría de la competencia. Y otro habla de lo contentos que estarían los Glovers, que volverían a sonreír con cada entrega, y no solo en los anuncios de TV. Ahí es cuando la conversación toma otra perspectiva totalmente diferente, y alguien suelta que podrían financiar la renovación de todas las motos que van a quedar obsoletas en poco tiempo, y que podrían suponerles un problema. Otro habla de pagar a Glovers con ese dinero para que hicieran recados para personas mayores que viven solas sin ningún coste. Empiezan así a aparecer ideas acerca de lo que hacer con ese dinero extra que les proporcionaría Glovo Analytics.


La creatividad orientada a negocio requiere de dos cosas fundamentales: dominar muchas disciplinas y contar con la mentalidad abierta dentro de las organizaciones. Pero nada de esto tendría sentido hoy si perdiéramos de vista que las empresas (y las marcas como su reflejo) deben empujar a la sociedad hacia un lugar mejor. Y eso no tiene nada que ver con replantar árboles o hacer excursiones a la playa para recoger plástico. Tiene que ver con la actividad de cada empresa y todo lo que la rodea, que es mucho.


Hay un montón de cosas por hacer. Por eso el momento que vivimos es tan flipante.


#SocialThinking